ALBERTO RODRIGUEZ :: FOLKLORE DE CUYO
   
     
 
   
 
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El gaucho
El bocio
La serenata
Los fogones
El matadero
Las chinganas
Tonadas cuyanas
del siglo XLX

Quien te amaba
ya se va

El martirio o La tirana
Dos tonadas
que son una
Juan Gualberto Godoy
Tonada en romance
El medio amante
y Yo vendo
unos ojos negros

Tonada de las
Sierras Morenas

Influencia chilena
en la tonada cuyana
 
Fotografías
 
Agradecimientos

Las chinganas en Cuyo:


“Viejos caserones, mezcla de toldería y de rancho gaucho; de amplios aleros, de patios amplios que salpicaban a trechos las típicas enramadas de quincha y de totora; chinganas, refugio de los tristes donde rimaban las risas del festín con las lágrimas de pena: a ellas llegaban los cansados de todos los sectores sociales: el artesano sin novia, el pequeño propietario, el acaudalado señor y hasta el personaje de apellido conocido y de figuración política. Patios líricos en los que entonaban sus trovas los payadores, donde chispeaban los ojos negros de la trigueña prendiendo fuego en los corazones, que a veces su sentir criollo en un relumbrar de puñales, en un planchazo o en un barbijo… Caserones perfumados con la flora de la sierra, como las sierras salpicados de sombras y de leyendas. En ella ondeaba la alegría franca del paisano y asomaba a veces su gesto adusto la tragedia; se bordaron su abrigo idilios castos y puros y también desnudaron bravíos puñales gauchos, para disputar la sonrisa de una morocha envuelta en almidonados percales y coronada con el blanco clavel montañés.
Chinganas tuvo Mendoza desde antes del terremoto de 1861. Una de ellas, situada en las inmediaciones de la actual esquina de las calles San Martín y Córdoba, era en el año 1854 el lugar preferido de un negro trompa de un regimiento de línea y de una mujer de aspecto varonil, conocida por el apodo de Juana la Mala. El negro hacía las delicias de los concurrentes alardeando de bravura y desafiando al diablo con toda su corte infernal; su obsesión era batirse con Lúcifer, para vengar con su cuchillo la muerte del payador Santos Vega. Una madrugada en que la vieja alameda recién se despejaba de las sombras nocturnas, el negro fue encontrado sin conocimiento al pie de un corpulento carolino, testigo silencioso de un drama dantesco que fue el comentario de muchos días en aquella época de sencilla credulidad –‘Sí –dijo el negro, al recobrar sus sentidos- me salió, lo’i vistos, era el mesmo en cuerpo y alma. ¡El diablo señor, se lo juro!’ En cuanto a Juana la Mala, tomadora y pendenciera, aprovechaba las oportunidades para exhibir su coraje; arrancaba de su medida un bonito puñal de plata y lo esgrimía a maravilla en medio del tumulto de los guapos que, silenciosos, se replegaban frente al seño agrio de esa extraña heroína del hampa modelada con el fango de la miseria social. Mendoza, que trabaja, lucha y sufre, alguna vez gusta endulzar su rostro con las farras y con las copas. Es por ello que en el centro y en los alrededores se habían establecido numerosas chinganas, algunas de las cuales fueron escenarios de episodios que bien merecen un ligero comentario aunque más no sea como homenaje al alma lírica de su pueblo que sabe resignarse en el dolor, para sonreír estoico en los días de luto y de la desgracia.
Después del terremoto de 1861, la coqueta ciudad andina quedó en ruinas. Otra vez, con el mismo tesón, y el mismo espíritu de sacrificio que puso a prueba para solventar al Ejército de los Andes, reconstruyó la ciudad de las ruinas.
Las principales chinganas de ese tiempo estaban establecidas en el límite de la ciudad con el departamento de Las Heras, en las cercanías del actual cementerio, barrio que el léxico colectivo denominaba ‘La Chimba’. Ahí estaba la Encarnación Videla, alias ‘la Vieja Buena´, la Carmen Flores, alias ‘La Carta del Diablo’, la de Antonio Carbajal, la de Caraciolo Domínguez, la de Juan Francisco Videla y la de Pascuala Rodríguez, casi todas establecidas en la Calle del Olivo -actual calle Juan de Dios Morales- y en sus pintorescos alrededores sombreados por verdes sauzales y por coposas higueras. En la ciudad hubo también varias chinganas, entre ellas, una en la calle San Luis y otra en la calle Bolivia -hoy José Federico Moreno- ubicada entre las calles Lavalle y Catamarca, sin contar algunas de menor valía que no revisten mayor importancia. El departamento de Guaymallen, en el actual distrito de San José, también contó con alguno de estos centros de diversión, que a pesar de revestir relativo interés, carecieron del valor de los establecidos en el barrio típicamente ‘chinganero’ de La Chimba.
Por la casa de la Vieja Buena -la llamaban así por ser justamente una mujer grande, buena y eximia bailarina de cuecas- desfilaron los mejores cantores de la época. Domingo Centeno, payador de grandes condiciones, poeta instintivo cuyos inspirados versos le valieron más de una dulce sonrisa y hasta un guitarrazo con que lo acarició su propia esposa, cuya narración le entregamos al público, en el deseo de presentar otro de los perfiles del criollo de aquella época, que dividía su vida inquieta y andariega entre las lisonjas de un triunfo y las amarguras del desengaño. Era una de esas noches de la chingana en que el viejo Centeno hacía prodigios con su guitarra encintada cantando hermosas canciones acompañado por su mujer, una criolla linda y risueña, con quien formaba un dúo que el tiempo y el sentimiento habían logrado conseguir en forma irremplazable. Viejo gaucho, Centeno sorprendió una mirada de esas que el alma de la mujer se asoma curiosa al borde de las pupilas. Reparó el galán que era un ‘tipete’ de apellido relumbrante y de traje impecable y, pulsando su viola, la fiel compañera del criollo le confió sus dudas, clavando sus rimas como flechas emponzoñadas con la conciencia desleal; ésta, humillada en público, se alzó como una pantera enfurecida y, arrebatándole la guitarra se la hizo pedazos sobre la cabeza tartamudeando una de esas letanías que sólo saben las mujeres cuando se les sacude el alma y se les toca a fondo. Desde entonces, Centeno hizo dúo con su hijo.
A las chinganas llegaban todos los cantores, todos los payadores, todos los que, como Don Domingo Centeno, tenían una pena que desahogar, un rencor que vengar o que arrastrado por la fatalidad iban a buscar en la conquista fácil un poquito de calma y de olvido. A ellas se arrimaba de cuando en cuando algún paisano del norte, del inmenso predio campero de don Máximo Segura, en cuyos matorrales salvajes se han refugiado hasta hace pocos años los últimos restos del coraje gaucho.
A esas casas concurrían familias modestas, jovencitas lindas sin ocupación, y algunas veces hasta grandes damas olvidadas por el deseo de conocer lo que hay de oscuro y triste en las pobrecitas diversiones del pueblo. Y más de una vez en esas mismas chinganas, entre el ruido de los zapateos y el rasguear de las guitarras, recortaron sus perfiles soberbios los gauchos matreros.
En las chinganas selectas había orquestas. Allí se escucharon antiguas milongas anónimas, habaneras, tangos de la vieja guardia, los valsecitos criollos y las infaltables cuecas y gatos cuyanos, de los cuales desfilaron los más auténticos y mejores bailarines del siglo XIX.
Las chinganas fueron desapareciendo alrededor de la década del año 1930 y fueron reemplazadas por los modernos ‘cabarets’ o ‘boites’.
(Texto escrito por Julio Quintanilla en la década del ‘30, sobre datos y recopilaciones de Alberto Rodríguez)

“Era niño, cuando a escondidas de mi madre, me sacaban de noche, muy tarde, envuelto en una frazada por una ventana de la vieja casa del barrio de la Media Luna. Me metían en un sulky, y allá iba a acompañar con guitarra o mandolín a algunos cantores populares que iban a ‘chinganear.’
Las chinganas en Cuyo fueron otro reducto de excelentes músicos, cantores, bailarines, que entre tantos ayudaron a conformar lo más genuino de las expresiones musicales y coreográficas cuyanas. Al desaparecer las chinganas se perdió otro foco de cultivo de la música popular” (Alberto Rodríguez).


Una de las tantas Tonadas chinganeras


Tonada “Pero miren si será.” Esta Tonada se cantó mucho en las chinganas “selectas”, las cuales tenían orquesta de intérpretes de principios de siglo, muy destacados. No perdió su popularidad y siguió siendo cantada por conocidos cantores mendocinos, como Faustino Navas y Mario Palma, entre otros.
Esta versión me la dictó Don Pedro López Moyano, nacido en Mendoza, en el año 1886. López Moyano, a los dieciséis años, era guitarrista de las chinganas. También era muy recordada, por Don Ambrosio Videla, cantor mendocino y era muy recordada por muchos viejos cantores. También la cantaba Don Martín Puebla, cantor popular mendocino, nacido en el año 1875.


I Estrofa:
Dicen que se ausentara
y que no volverá luego
eso lo hace de bribona
para ver si yo la ruego
Eso lo hace de bribona
para ver si yo la ruego
Pero miren si será…
II Estrofa:
Mirala como se va
y dijo que me quería
tal vez no se acordara
del amor que me tenía
tal vez no se acordara
del amor que me tenía
tal vez no se acordará del amor que me tenía
Pero miren si será
III Estrofa:
Olvidarme no podría
de aquel instante o momento
que me hizo por simpatía
un solemne juramento
que me hizo por simpatía un solemne juramento
Pero miren si será…

Otra versión literaria, dictada por Don Fermín Lucero, oriundo del Departamento de Junín, Mendoza. La versión musical es la misma.

I Estrofa:
Olvidarme no podría
de aquel instante o momento
que hizo por simpatía
sin solemne juramento
y dijo que me quería
II Estrofa:
Anda ingrata a padecer
que te han de tener llorando
y has de estar solicitando
a quien te supo querer
III Estrofa:
Todas las noches me paso
pensando en la vida mía
y son tantos mis desvelos
ya verás tus desengaños.

Esta Tonada también fue muy popular en San Juan, y algunos mayores aseguraron escucharla en las viejas fondas sanjuaninas.
Recopilaciones y escritos de Alberto Rodríguez.

pero miren si sera
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