|
Los fogones en Cuyo: un ámbito clave de la cultura popular
“El fogón, la fogata, el incendio de campos como exteriorizaciones de un culto que practicaba el aborigen, sintiéndose incitado a la alegría en presencia de la llama, ha perdurado en los hábitos de nuestros criollos hasta hace pocos años atrás.
Muchos de los hombres del presente han sido testigos en su infancia de las fogatas que se encendían en las calles de los suburbios de las provincias de Mendoza y de San Juan en ocasión de la festividad de San Juan y de San Pedro.
Se amontonaban yerbas secas hasta formar un promontorio de dos o tres metros de alto. Llegada la noche se prendía fuego al montículo, se agregaban paquetes de cohetes a la llama, originando explosiones características de la pólvora con gran contento de la gente lugareña y de niños que corrían y saltaban en torno al fuego.
El incendio de parvas de jarilla, de retazos de campo, y aún de estivas de leña que con tanta frecuencia han producido en nuestra campaña y que originaba siempre algún transeúnte, denota la inclinación poderosa que subsiste, aún como herencia ancestral, el fenómeno sugestivo del fuego.
En la reconstrucción folklórica de nuestra vida pasada no es posible prescindir de esta modalidad que constituye el culto al fuego de nuestros antepasados. Fue alrededor de ellos, cuando nuestros paisanos templaron con más sentimiento la guitarra, ensayaron sus mejores coplas amorosas, se comunicaron sus pensamientos, sus recuerdos, impresiones.
La sociabilidad se hizo por mucho tiempo alrededor del fogón, entre aquella gente sencilla del pasado, y la primera manifestación de poesía debió surgir en las veladas de caravana de los viajeros, reunidos en torno a la llama, cerrada ya la noche, saboreando su magra cena de charque y de galleta.
Cuántas veces el resplandor de la fogata proyectada a gran distancia, ha servido para orientar en la obscuridad al viajero extraviado en medio de los desiertos, indicándole la presencia de seres vivientes que habían de prestarle auxilio y compartir con él sus escasos víveres… (Canciones de mi Tierra, 1943).
Fueron comunes los fogones callejeros que congregaban a los vecinos. Los pobladores cuyanos, favorecidos con el silencio de la noche y la gran cordillera andina como marco, hacían de éste un momento sagrado, ya sea por el silencio y el suspenso que generaba la escucha de cuentos, narraciones, largos contrapuntos de payadas, así como refranes populares, adivinanzas criollas. Generalmente, este tipo de expresiones escuchadas en un principio en los fogones, no tardaron en popularizarse como ‘cuentos de fogón´, ‘refranes de fogón’, ‘cuentos que cuentan los viejos tras el fuego’.
Era común en las épocas de cosecha de uva o de trilla, en la finca familiar un gran fogón después de la jornada o como celebración del fin de ésta.
A la luz de las fogatas se iluminaron las caras de viejos cantores, transmisores y creadores de maravillosas coplas de cuecas, tonadas que rápidamente se hicieron famosas”.
Escritos de Alberto Rodríguez.
“Confieso que la escuela del fogón fue la que más me ha dejado grabado los relatos de los mayores sobre las diferentes actividades de trabajo, los dichos, los refranes, cuentos de aparecidos, cuentos fantásticos y medicina criolla de muchas décadas tradicionales atrás. La escuela del Fogón, me permitió conocer la profundidad de nuestra pampa argentina…”
“Una leñita acercada diariamente al fogón tradicional, no solamente aumentará la luminosidad de los recuerdos, sino también dejará que el olvido trague el patrimonio del gaucho…”
Silvano Arístides Hernández, folklorista bonaerense.
Hernández nació en el partido de Castelli, provincia de Buenos Aires, en 1897. Emparentado con la familia de José Hernández, sintió la misma pasión por la investigación y el cultivo de las tradiciones de la pampa argentina. Fue eximio ejecutante de la guitarra criolla en la interpretación de milongas, cifras, estilos y otras danzas. De adulto se radicó en la ciudad de Mar del Plata. Allí ejerció como docente y director de escuelas. Falleció en la misma ciudad en la década de 1980 (A. Rodríguez).
 |
|